domingo, 7 de agosto de 2016

VII. LA CONCIENCIA DEL PASADO: VIDA DE LOS ESPAÑOLES QUE FUERON A ACAPULCO EN EL S.XIX. LO QUE CUENTAN LOS CEMENTERIOS Y LAS CONSTRUCCIONES QUE ALLÍ QUEDARON.


Apenas tenemos hoy noticia de la actividad que llevaron a cabo comerciantes españoles en Acapulco en el s. XIX: no sabemos qué relaciones mantuvieron con la población autóctona, qué dificultades encontraron, por qué fracasaron y cómo murieron; cómo llegaron con ellos otros ciudadanos de países europeos o americanos, atraídos por el poder comercial que representaba la ruta marítima desde Filipinas y que dominaban las poderosas casas comerciales españolas. En aquellas épocas era fácil suponer que la vida cotidiana podría parecerse mucho a la colonización del oeste norteamericano de la que hemos visto tantas películas y leído tantas crónicas. Tampoco sabemos cómo se transportaban los productos, de dónde procedía el material de construcción de hierro para construir edificios y fábricas,  ni cómo viajaban los que se aventuraban a tal proyecto de vida. 
    Esta página intenta abrir un canal de información sobre ese momento y esas gentes como contribución a la memoria histórica, que, por supuesto, contará, como tosas las memorias, con sus luces y sus sombras.
    Pues bien una de las casas comerciales más renombradas de ese periodo en ultramar fue la Casa Alzuyeta y Cia, cuyos fundadores eran oriundos de Baquio, Vizcaya. Después tenemos que dar un gran salto en el tiempo y ya en la actualidad, nos encontramos en el antiguo cementerio de San Francisco. En él hay, entre otras muchas, tres tumbas con sendos monolitos que corresponden a dos hermanos Alzuyeta y a uno de sus socios o colaboradores, Ernesto Azaola. Gracias a dos amables acapulqueños que han entrado en este blog, sabemos que Ernesto viajó a Acapulco con un hermano pero que murió con apenas 30 años como reza en la sepultura -los hermanos Alzuyeta también murieron sin haber llegado a los 30-; sabemos que el otro hermano Azaola, Víctor, regresó después de tan luctuoso suceso. Sabemos que la casa Alzuyeta en Acapulco, construida con estructuras de hierro, tras el terremoto de 1909,  fue desmontada y reconstruida por la Escuela de Arquitectura para proteger una muestra del arte de la era industrial que llegó hasta allá sin que sepamos cómo. Y ahí nos hemos quedado.
    Espero que esta página sea un motor para que entren otros ciudadanos informados que nos ayuden a saber más acerca de lo que desconocemos. De momento contamos con algunas fotografías enviadas por un ciudadano y un arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de Acapulco.




Cementerio de San Francisco. Los tres monolitos de las tumbas de los Alzuyeta y de Azaola (los hermanos Ignacio y Juan Jesús Alcorta Alzuyeta y Ernesto Azaola) muertos entre 1894 y 1898 con 30 años. Arriba las tumbas junto al panteón de los hermanos Escudero. (Foto de C. Walton)

                                                           



Acta de defunción de Ernesto Azaola en Acapulco (documento enviado por C. Walton)


Crónica de la época donde se menciona la partida definitiva hacia España de Víctor Azaola, hermano del fallecido Ernesto (documento enviado por C. Walton)

Revistas de la época de desarrollo de los Ensanches y de las rutas comerciales transatlánticas, en las que los fabricantes e industriales del hierro y de otros productos comerciales se hacían publicidad.


Casa Alzuyeta en Acapulco cuando fue construida en 1910, después del terremoto de 1909 que acabó con las construcciones de madera.
 Casa Alzuyeta entre 1950 y 60.
 Reconstrucción de la casa Alzuyeta en otra zona de Acapulco y sede del Colegio de Arquitectos
 Estructura metálica en la fase de reconstrucción.
Marca en una de las columnas (NP16) que da alguna señal de su origen.

Barandal original de la casa que podría dar alguna pista de su origen.

 Columna de hierro que también podría dar alguna pista de su origen.
 Otra perspectiva de la casa reconstruida.
 Fábrica de Hilados de Ticuí, propiedad de los Alzuyeta, edificada con estructuras de hierro.
Fábrica de Ticuí en la actualidad.






jueves, 26 de mayo de 2016

VI. RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA FAMILIAR. La infancia feliz entre Caracas e Izarra.



Y la gran casona, construida gracias al esfuerzo de Ernesto Azaola, quien se dejó su joven vida en el empeño en la ciudad de Acapulco, cobijó a lo largo de muchos años a una extensa familia durante los veranos. No obstante, el afán migratorio transmitido a través de las historias narradas por los hermanos y padres de Ernesto, impulsó a Alberto, el benjamín del matrimonio compuesto por Luis Montes e Isabel Azaola, a emigrar a Venezuela, tras la guerra civil en España, a causa de la escasez de oportunidades en el propio país y el dolor por la pérdida del hermano mayor en la contienda. Indudablemente, gracias a estos grandes personajes de la vida cotidiana que nos precedieron, los cinco nietos de Doña Isabel Azaola pudimos disfrutar de una infancia tan magnífica y privilegiada, que sólo la ya reducida memoria de quienes la vivieron puede hoy recuperarla. 

 
 

Alberto Montes Azaola y Begoña Amuriza Velasco en su casa de Caracas. Foto de Paco Ortega. 


 Excursión familiar al campo en Caracas con un matrimonio amigo, los Busquet-Cebrián. Foto de Alberto Montes.
 
Carta de Begoña a su suegra y su cuñada desde Caracas en 1952, con una coletilla de Alberto.
1952. Bautizo de Beatriz la cuarta hija de Alberto y Begoña en Caracas. El padrino, a la derecha, fue Paco Ortega, un periodista bilbaino y padrino de Beatriz, la recién nacida. Paco desapareció en la selva venezolana hacia 1957.
 
El tío-abuelo Manuel Azaola Aspizua con Lola Montes Amuriza. Cuando estalló la guerra civil, el tío marchó de Bilbao a Izarra para reunirse con sus sobrinos y, por el camino, lo detuvo un grupo de anarquistas; lo subieron en un camión. Sobre la marcha, Manuel se tiró del mismo y cayó en una cuneta hiriéndose gravemente en una pierna. Estuvo dos días en ese lugar, y, cuando lo rescataron, la gangrena de la herida provocó la amputación de la pierna.
 
 Viaje de Caracas a Barcelona de Begoña con dos de sus hijas, Lola con la muñeca, y Beatriz en brazos.
 Las abuelas y la tía Dolores en la casa de Izarra rodeadas de sus nietas y sobrinas. Al fondo Begoña. Foto de Alberto Montes.          
El lugareño Martín Izarra, su hijo Jesús y la yunta de bueyes en casa Azaola. En el carro de bueyes íbamos de vez en cuando a la siega.
 
Un día feliz en la campa que rodeaba la casa. La abuela hablaba poco pero no dejaba nunca de leer el periódico o de escuchar las novelas radiofónicas. Foto de Alberto Montes.
 La merienda familiar con invitadas: Milagro Fuentes y otra amiga. Además la abuela Isabel, la tía Dolores, la tía Mª Luisa Urruchúa, el tío Juan y la prima Mª Luisa. En muchas de esas meriendas se ofrecían las galletas de nata que hacía la tía Dolores. Esa era la costumbre, pero la celebración máxima llegaba cuando alguien de la familia iba a Bilbao y traía una enorme bandeja de pasteles de Zuricalday con los exquisitos bollos de mantequilla, los pasteles rusos que encantaban a mamá, los milhojas o los pastelillos de arroz. Foto de Alberto Montes.
 
 Fiesta en un local del pueblo al que llamábamos "Jamonería". Foto de Alberto Montes.
 
 Paella en la campa de casa Azaola. Foto de Alberto Montes.
 
 Sobremesa con lectura de periódico. Foto de Alberto Montes.
 

A la derecha Frederic Wolf Montes, Nuria Salazar Montes, Victoria Montes Amuriza, Lola Montes Amuriza y su hijo Güido Sender Montes, Alberto Montes Amuriza, Beatriz Montes Amuriza, Pedro Salazar Sans, Maribel Montes Amuriza y su hijo Philip Wolf y detrás Javier Wolf. Delante en medio, los patriarcas: Alberto Montes Azaola y Begoña Amuriza Velasco.

Alberto y Begoña con sus hijos y nietos. De aquí derivan las familias Wolf-Montes (los Wolf, franceses de origen, se apellidaban Saint Jaques pero en la revolución francesa tuvieron que huir a Inglaterra por evitar la guillotina debido a su origen y adoptar el Wolf para regresar a Francia), Salazar-Montes (Salazar fue pelotari y  consiguió un contrato en Florida) y Sender (sobrino de J.R. Sender) -Montes. Todas ellas continuadoras de la tradición migratoria, en busca de mejores oportunidades, a Francia, EEUU, las dos primeras, y a Italia, la última como funcionaria en la difusión de la lengua y cultura españolas, aunque, a la postre, siempre regresando a España.